El escritor británico William Shakespeare lleva cerca de 400 años abrazando a los lectores de toda la tierra con la calidad de sus obras teatrales clásicas, con una tendencia dramática distintiva en Romeo y Julieta, Macbeth, Hamlet y Julio César. Con una pasión y habilidad literaria única, lograba desplazarse dentro de los linderos de la tragedia romántica y el humor negro, particularidades que lo han empoderado a lo largo de la historia como representante de la tragedia en el Romanticismo. Escribió un total de 37 obras, en las que en su mayoría participó como actor –una de sus pasiones-.
Particularmente se encontraba
interesado en la poesía, por lo que llegó a redactar 154 sonetos, en los cuales
se encuentra el artificioso ingenio de su compositor, pues Shakespeare, no solo
escribía prosaicamente, sino que modificaba el lenguaje, empleando palabras de
su inventiva –inexistentes- y asignándoles un significado. Quizá este sea uno
de los motivos por los cuales leerle en su versión original captura y persuade
a su lector, mientras hace –a su vez- que el avance en su prosa sea un poco más
lenta; magia que se encuentra cautivada solo en el Inglés y que va perdiendo
sus destellos entre traducciones. Algunas de las palabras que inventó, y que se
convirtieron en un aporte al enriquecimiento de la lengua inglesa (llegaron a
ser cerca de 1700 palabras y expresiones) son: watchdog (perro de vigilancia), amazement
(asombro), bloody (sangriento), road (camino) y courtship (cortejo).
Macbeth se ha convertido en sello del legado shakespereano,
considerándose en nuestra época como un excelente drama, de manera tal que se llega a presentar, en algún lugar del
mundo, cada cuatro horas diariamente. Su obra logró coincidir en un drama
basado en la vida del Rey Macbeth de Escocia (1040-1057) y las traiciones que
por ambiciones ajenas fue víctima. Dentro de sus obras, el suicidio se
convierte en un factor recurrente que traza a Macbeth, Romeo y Julieta, Otelo,
Hamlet y otro gran número de sus creaciones. Particularmente, entre más se
le ha estudiado, más teorías han surgido en torno a su calidad como escritor,
asegurando o hipnotizando que la mayoría de los textos creados por Shakespeare
no provienen de su mano, sino que fueron escritos con ayuda de alguien más, o
pertenecen a otros autores y fueron renombrados bajo la pluma de Shakespeare.
Shakespeare se casó muy joven (18
años) con una mujer embarazada llamada Anne Hathaway, de quien recibió 4 hijos,
quienes murieron a corta edad, teniendo por descendencia una sola nieta por
parte de una hija; lamentablemente esta falleció en 1670 sin haber procreado,
dejando hasta ahí el curso de la descendencia del dramaturgo británico. A su
muerte, Shakespeare dejo en su epitafio, lo que se cree es una maldición, la
cual en traducción dice: “Buen amigo, por
Jesús, abstente de cavar en el polvo aquí encerrado. Bendito sea el hombre que
respete estas piedras y maldito el que remueva mis huesos”. Curiosamente,
entre todos los aportes que hizo a la lengua, no se tiene certeza sobre la
gramática de su apellido, por lo que la forma en que actualmente le escribimos
es un estándar que se desarrolló sobre la ausencia de certeza. Así mismo, sus
obras eran particularmente representadas por hombres, lo que implicaba que los
papeles femeninos fueran asumidos por actores masculinos. En relación con esta
situación y su vida sentimental, se cree que pudo tener tendencias
homosexuales, según se permite divisar en sus versos; teoría que suportaría el
carácter dramático y melancólico que caracteriza su pluma y biografía.
Leer a William Shakespeare es una
aventura que amerita ser leída y apreciada bajo los ojos del Renacimiento y la
magia innata que posee la palabra a manos de este artista.
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