Lovecraft |
Inspirado en Edgar Allan Poe, el escritor estadounidense Howard Phillips Lovecraft (1890-1937) transformó el concepto de terror que hasta el siglo XX se había manejado. Creando una nueva mitología, recurriendo a libros prohibidos y criaturas -hasta entonces desconocidas-, ha logrado cautivar a sus lectores con una misteriosa aura de oscuridad, riesgo y psicosis.
Desde muy pequeño se apasionó por
la lectura, desarrollando una capacidad creativa y de inventiva única. A sus
dos años, con las posibilidades expresivas
que su lenguaje infantil le permitía, recitaba poesías de memoria; leía
libros complejos como Las mil y una
noches o La Ilíada desde sus
cinco años, obras densas incluso para lectores de mayor recorrido y edad. ¿A
qué se debía dicha capacidad literaria? No solo era un don de nuestro escritor, su familia le había guiado a encontrar en
los libros la mejor puerta de escape a su realidad.
Sus padres presentaban desvaríos
mentales de los cuales fue víctima Lovecraft. Su madre le prohibía el contacto
y juego con otros niños por considerarles de poco estatus o nivel para su hijo.
Sembraron en su personalidad múltiples inseguridades relacionadas a sus
capacidades físicas e intelectuales, convirtiendo su carácter en un mundo
oscuro, callado, secreto y comprometido con el desarrollo de su imaginación
para la creación de espacios alternos.
Consecuentemente, Lovecraft
consiguió enamorarse de los relatos policiacos y, principalmente, de la
mitología griega y romana. Tal fue su determinación e independencia, que a sus
cinco años ya se había declarado ateo, mientras buscaba inspiración en aquellos
dioses clásicos para la sustancia de las criaturas mitológicas de sus obras.
Como tantas otras grandes mentes,
Lovecraft no terminó sus estudios escolares y siguió su pasión literaria de
forma independiente. En algunas ocasiones su destino fue puesto en duda por
otros intereses. A sus cinco años fundó una agencia de detectives llamada
“Agencia de Detectives de Providencia”, con la que buscaba resolver los más
misteriosos crímenes; afortunadamente su instinto creador y lector sobrepaso
dicha intención. Posteriormente quiso ser astrónomo, aprovechando los paisajes
y pequeñas nociones que había adquirido con su madre. Aunque le interesaba
profundamente aprender este arte, la dificultad que le representaban las
matemáticas lo llevó a desistir de su idea.
Dentro de sus obras se pueden
encontrar algunos de los rasgos que solían definir su carácter, como el odio
por el mar y sus animales, determinado por un trauma al consumir dicha comida y
sufrir una intoxicación seria. Desarrolló un notorio racismo por los
inmigrantes que le quitaban la alternativa laboral a los propios nacionales, e
incluso un rechazo a la sociedad por considerarla fuente de riesgo, inseguridad
y peligro.
Como un representante completo de
las excentricidades de un carácter humanista, Lovecraft odiaba la luz y la
compañía de las personas, deleitándose en desvelar su mente en las noches, mientras
escribía o disfrutaba de exquisitas caminatas nocturnas entre bosques y
cementerios.
Tal vez su formación infantil, su
espíritu crecientemente melancólico y aislado lo llevaron a somatizar la
frialdad de su ser con la incapacidad de tolerar temperaturas inferiores a los
20°, convirtiéndose a pocos en el ser que guiaba sus relatos.
Durante la pubertad, a sus 16
años, la persona con quien mejor relación entablaba era su abuelo. Tuvo en
mente el suicidio pero sin ejecutarlo se sumió aún más en el aura de oscuridad
que definía su persona.
Hoy día su lectura se ha
convertido en un éxito, pero solo treinta años tras su muerte fue reconocido su
potencial como escritor, cuando el “Círculo de Lovecraft” decidió darse a la
tarea de recopilar sus publicaciones en periódicos y revistas para constituir
sus libros.
Lovecraft falleció aislado,
solitario y desnutrido, no por falta de recursos sino por un cáncer intestinal
que le absorbió la vida a bocados. Tal vez sus textos no estaban diseñados para
una sociedad tan clásica, y sí pensados para unas mentes apasionadas por lo
nuevo, extraño, desvariado e innovador como nuestra época.
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